En Julio de 2005 invité al Dr. Luis Alposta a presentar su libro “Mosaicos Porteños” en la sede del Colegio de Psicólogos de La Plata. En aquella oportunidad, y tras finalizar el evento, celebramos un brindis en el que se encontraban presentes colegas, amigos, lectores y autoridades. A partir de una distendida conversación —entre copas de vino tinto y canapés— nació la idea de entrelazar algunos conceptos del tango y el lunfardo con otros del psicoanálisis. Así surgió “¡Araca Lacan!”, un «ensayo dialogado» que duró siete días y escribimos al alimón.
Varios años después, comenzamos a rodar con Rubén Di Gregorio, un documental sobre la historia del tango en La Plata. Yo le comenté a Rubén que Alposta podría ofrecernos un buen testimonio sobre El Malevo. Porque Luis, además de médico, es poeta, ensayista y uno de los que más sabe de lunfardo. Y no solo eso, también escribió letras de tango que musicalizaron Edmundo Rivero, Osvaldo Pugliese, Rosita Quiroga, Tata Cedrón y Daniel Melingo, entre otros.
Ya pasaron algunos años de aquella entrevista, recuerdo que dimos algunas vueltas en el en su casa hasta encontrar el lugar ideal para filmarlo. Y una vez que nos instalamos, le preguntamos sobre el Carlos de la Púa, cuyo nombre original era Carlos Raúl Muñoz y Pérez, más conocido como “El Malevo Muñoz”. Alposta nos contó que, de chico, la familia del Malevo se radicó en la zona de Once. Fue un el poeta lunfardo por antonomasia, autor de un solo libro que permanece eterno en la memoria del porteño. Publicada en 1928, “La Crencha engrasada”, es algo así como la biblia del lunfardo. Cuando César Tiempo y Pedro Linares editaron “Exposición de la actual poesía argentina” (1922-27), el Malevo fue el único poeta popular incluido en el libro. El Malevo también realizó incursiones en el cine. Fue guionista del primer largometraje sonoro argentino, la película “Tango”. Trabajó en el Diario Critica, fue él quien le puso el apodo de Barquinazo a Francisco Loiacono (por su forma de caminar) El Malevo, además, era muy amigo de Enrique Cadícamo, quien le contó a Alposta que en el velorio del Malevo había muy pocas personas. Entonces Carlos Cobián, dijo: “Los entierros concurridos son para los mediocres, para los que no han tenido la habilidad de haber despertado envidias ni la valentía de haber sembrado odios”.
